Uno de los sistemas constructivos más antiguos todavía es fuente de inspiración para los muros de mampostería de las casas de campo actuales.
Un muro de piedra seca está construido solo con piedras, nada más. Ni argamasa, ni arcilla, ni cemento que una las piedras. Solo con la sabiduría del maestro artesano, que sabe cómo colocarlas, cómo cincelar los mampuestos (piedra con una cara más lisa) o los tizones (las más largas que anclan el muro) para que la piedra encaje donde se necesita y cómo formar hileras sólidas que aguanten las embestidas de la climatología.
Esta arquitectura –la más antigua y la más popular– es hoy candidata a Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco, porque se remonta al Neolítico, hace unos 10.000 años, y la encontramos en todo el mundo. Se trata de una técnica profundamente arraigada en los territorios rurales porque ha permitido construir cabañas, cercados para el ganado, terrazas agrícolas, bancales, pozos, abrevaderos, corrales, linderos, eras, etc.
En una lucha constante por incrementar las superficies de cultivo, los agricultores despejaban sus tierras de las piedras que obstaculizaban la siembra y las iban amontonando en una zona de la finca. En épocas de dura supervivencia, ningún recurso se desperdiciaba, así que estos mismos pedruscos –mínimamente trabajados para no invertir mucho tiempo– servían para levantar todo lo necesario para las labores campesinas. En la península Ibérica tienen una notable presencia y cada zona tiene sus peculiaridades, según los usos y tipos de piedra. En el norte predominan las chozas que sirven de refugio a los pastores. En la franja mediterránea se sitúan a pie de cultivo.
¿Cuáles eran las mejores piedras para estas construcciones tan primarias? A ningún agricultor se le ocurría ir a buscarlas a una cantera, por eso todas las del entorno inmediato servían. La caliza y la pizarra son las más habituales, pero también se emplea arenisca y esquisto, y en otros países, gneis alternado con mármol, lava blanda, basalto volcánico, granito… “En un montón de piedras encontramos de todos los tipos. Hay que saber reconocerlas y seleccionarlas.
Así, las más grandes (matacanes) son las que sustentan la base; las que tienen una cara buena, más lisa, se usan en el paramento (el lado visible de la obra); los mampuestos más pequeños se emplean para calzar las otras, y las pequeñas rellenan huecos. Las ventajas de estos muros es que permiten pasar el agua sin desmoronarse.
Cualquiera de estas construcciones de piedra seca embellece una finca y aporta ese aire especial de autenticidad y nobleza. Por ello, vale la pena rehabilitar las que hubiera en la finca e incluso levantar algunas nuevas contratando los servicios de un especialista. En la actualidad, aún es posible encontrar muchos maestros artesanos que dominan esta antiquísima técnica. Y arquitectos que levantan muros y fachadas inspirados en la “piedra seca”, pero con toda la seguridad de la arquitectura moderna.